Hace unas semanas, el Ayuntamiento de Villava promovió que un rebaño de ovejas pastara en las laderas de Ezkaba Txiki de su término municipal. Su objetivo: reconducir la dinámica a la que se le ha forzado al monte, generando una vegetación más abierta que lo proteja de los incendios y que mantenga y promueva la biodiversidad. Todo ello sin onerosos costes ni, por supuesto, infligir impactos grandes o desproporcionados.
Es difícil imaginar cómo era el paisaje antes de que llegáramos las personas. La razón es sencilla, ya que la interacción de las gentes con el entorno es muy antigua, y ha variado mucho desde sus comienzos. Nosotros sólo podemos ver una foto, poco más, de lo que ha ocurrido en este periodo de tiempo, en estos miles de años que convirtieron una naturaleza virginal en lo que nos encontramos en nuestros días.
Es muy posible que, rebaños de herbívoros, de todo tipo, tamaño y pelaje, mantuvieran unas poblaciones tan grandes como el propio medio les permitía: cabras montesas, ciervos de distintas especies, uros, tarpanes, … sin olvidarnos de otros más pequeños como conejos, liebres, ratoncillos, … y mucho menos de la legión de insectos que se nos pasan desapercibidos. Entre todos ellos iban creando las condiciones óptimas para su propio desarrollo.
La llegada de las personas y sus necesidades, hizo que una parte importante de esta fauna se sustituyera por rebaños de animales domésticos: ovejas, cabras, vacas, caballos, cerdos, … hasta, en muchos casos, hacerlos desaparecer. Del mismo modo, grandes superficies del monte cambiaron su fisionomía para convertirse en cultivos, pastizales, … se extrajo madera de los bosques para distintos usos como leña, carbón vegetal, construcción, herramientas, … incluso se arrancaron pedazos de piedra para construir la ciudad, sus edificios e infraestructuras.
Durante todo ese tiempo, Ezkaba era visto como una prolongación más de los requerimientos de supervivencia de las personas que vivían en su entorno, y el paisaje se modeló en función de la relación entre las posibilidades y las necesidades.
A lo largo del siglo XX, esta relación entre la ciudadanía y el monte se ha ido diluyendo. Por múltiples y muy complejas causas, para la mayoría de nosotros, ya ha dejado de ser una parte importante en nuestras vidas y lo condenamos al abandono y al olvido.
El paisaje es dependiente de la vegetación, y esta tiene la costumbre de no estar quieta. Ante el abandono, su respuesta rápida es la explosión de arbustos, que lo rellenan todo de forma exuberante: desde los espacios más abiertos hasta el fondo de las plantaciones arbóreas, con la excepción de los roquedos y las zonas de tierras más descarnadas.
Estas son las formaciones que convierten al monte en algo impracticable, monocromático y, lo que es más peligroso en nuestro entorno, un potencial enorme para ser todo pasto en un pavoroso incendio. Entendámoslo bien, esta fase de vegetación arbustiva y enmarañada es provisional, y la propia vegetación lo recompone; pero recordemos que vivimos en una naturaleza humanizada, donde no disponemos de la paciencia necesaria, y que el monte Ezkaba se quema con demasiada frecuencia, mucho más allá de lo que se espera de la actividad de los rayos y otros accidentes naturales.
Por otra parte, el aspecto que más sufre la recuperación desmedida por el matorral es la propia biodiversidad. Seguro que ahora os estaréis preguntando si no nos hemos confundido de monte, ya que la versión popular es la de un monte “en el que no hay nada”.
“No hay nada”, sí, pero “nada más lejos de la realidad”. Tenemos, a las puertas de casa, un lugar para encontrarnos unas 700 especies de plantas diferentes en tan sólo 1.000 Ha, lo que supone un 25% de todas las especies de Navarra. Y este conteo es provisional, pues un goteo continuo de nuevas observaciones nos acompaña. Donde hay diversidad de flora, también la hay de fauna, aunque esta sea más difícil de apreciar. Estudios en especies de insectos, especialmente en el grupo de las mariposas diurnas, lo corroboran y la magnifican llegando a unas 105 especies diferentes, de las 180 que vuelan en nuestra Comunidad Foral, casi el 60%.
Pero, ¿cómo se consigue el máximo de biodiversidad? Parece lógico pensar que para un determinado ambiente hay un grupo de especies ligadas a él. Si tenemos un solo ambiente sólo podemos mantener las relacionadas con el mismo; pero ¿y si podemos mantener varios ambientes simultáneamente? La respuesta parece inmediata. ¿Por qué tener un parche de homogéneo matorral o de bosque cuando se puede tener un montón de retazos de ambientes muy diferentes formando un mosaico?
Para esta transformación hay que romper el estado de la vegetación actual y diversificarlo. Y para ello, qué mejor idea que recurrir a los expertos: los herbívoros; y entre ellos, algunos de los que mejor se dejan gestionar: la ganadería extensiva.
¿Cuál será el papel de este rebaño? Las ovejas, como toda la ganadería extensiva, realiza una serie de acciones sobre la vegetación. Fundamentalmente comen plantas; eso sí, son selectivas a la hora de comerlas, sobre todo en función de la disponibilidad. En general, las ovejas comen gustosamente la hierba, sobre todo la pequeña y baja, pero ante la necesidad tienen capacidad para elegir un “menú de conveniencia”. Con ello esperamos que seleccionen aquella parte que le parezca más apetitosa. Esta función está claramente dirigida y es muy interesada.
Sin embargo, no hay que olvidar otra que suele subestimarse y que puede ser tanto o más importante: el pisoteo. El pisoteo repercute sobre todas las plantas, con mayor incidencia en las jóvenes.
Ambas situaciones tensan las posibilidades de supervivencia de todas ellas. Sin embargo, las hierbas que viven en las praderas tienen una mayor capacidad de resistencia frente a otros grupos, ya que están adaptadas a la vida en ellas, donde ser comido y pisoteado es algo muy habitual. Por eso son capaces de formar nuevos brotes casi de inmediato, rejuveneciendo el pastizal y la pradera. Ello incide en la detención del crecimiento de matorrales que puedan terminar ahogando a los prados y pastizales, unos lugares de especial interés.
No todo queda aquí, el procesado de los alimentos genera sustancias muy importantes que, después de las trasformaciones pertinentes, en las que los insectos y la micro fauna y flora del suelo están muy implicados, convierten los productos de desecho del ganado en abono para el sistema.
Durante un mes, entre noviembre y diciembre, un rebaño de ovejas trabajará intensamente en todo este entramado. Algunas de las plantas que se benefician de un pastoreo, son las que necesitan de hierba más baja sin grandes arbustos ni árboles. Especies como la genciana de primavera, bastantes especies de orquídeas, la bufala navarra o la centaurea amarilla entre otras. Todavía hay algunos ejemplos de pastizales en Ezkaba, pero poco a poco van a menos y están siendo invadidos por los matorrales.
No se realizarán milagros, pero supondrá un alivio y un soplo de aire fresco para nuestro paisaje, para nuestra biodiversidad, para nuestra fantasía e incluso, para nuestra historia.
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